Complice


La luz apagada, la tele apagada, el equipo sonando apenas. La sala iluminada ocre, la ventana regalando un trozo de la noche y una parte de la calle. Titila el verde del reloj y el silencio de tus cosas desparramadas, al tacto sobre la mesa. Hay cuadernos abiertos y un vaso dulce y vacio. El mate frío, la pava olvidada. Migas.
Quiero entrar, leer, escucharte caminar rozando las maderas viejas de los muebles que no son tuyos. Secretos de paso que jamás entendería. Tus fotos riéndose. La paz de entrar y caminar en medias entre tus cosas.
Tirarme en el sillón y ver tu cuerpo libre desafiar los contornos de la vida y tus ojos brillar en la oscuridad, yendo a una de las heladeras. No me viste. No me veas.
Quiero entrar y verte volver de la cocina a la cama. Ya la luz te bañó de blanco y el papel del alfajor quedará ahí en la mesada hasta la mañana siguiente. En silencio volvés. Tus pasos murmuran corrientes de aire y no me viste. No me viste.
Quiero entrar y verte escurrirte ente las sábanas. Brillan tus ojos abiertos. El verano empezó a seguirte y entrará por tu ventana la semana entrante. Ahora la brisa mece las cortinas y te moves despacio buscando con la piel acomordarte en la posición anterior al insomnio. Pero no es insomnio, soy yo. Ya no invites al sueño. Vendrá.
Quiero entrar y verte. A tiempo, un segundo antes de dormir. La paz del mundo necesita tanto de vos. Tu cara es un espectáculo que siempre quise presenciar. No hay tensión en tus músculos, no hay tensión en las horas nocturnas que te velan.
Entonces me levanto y desde la puerta comienzo a pensarte mientras me voy. El ruido de mis pasos produce eco en el pasillo mientras me acompañan a la calle. En la calle camino errático pisando adoquines cómplices. La noche, dos cuadras más allá, y la lluvia sorpresiva, me despiertan. Quién sabe dormir sólo para soñar un mismo sueño una vez más?