Ruta
y ese auto
estaba todo roto
y con fuego en su interior.
Abrí la puerta y me dejé caer en el asiento. La llave que mi mano suponía estar introduciendo en la ranura oscilante se tornó esquiva y rodó al suelo para esconderse en la oscuridad lejos de mis dedos torpes. Toqué sobre mi pecho el bolsillo de mi camisa, y del paquete de Marlboro casi terminado, saqué un ejemplar arrugado y triste. Quise recordar que había sido del encendedor pero no lo logré, entoces apreté el botón en la consola del auto y traté de mirar el reloj de palotes verdes que tenía frente a mis ojos pero no logré descifrar la hora. Pensé, son las cuatro más o menos, o eso quise que fuera. Temprano sí, pero ya no tenía nada que hacer ahí. Además, todavía me sentía capaz de manejar. Solo, con el auto de mi viejo, cansado, medio frustrado y a cien kilometros de Arrecifes. Suena lógica la razón, entoces.
Mientras esperaba que el auto me avisara cuando el encendedor estaría listo, se me dio por poner en práctica una mala costumbre. Evaluar la razón de mi aventura ahí. Parecieron años esos segundos pero no pude sacar una conclusión muy clara, sólo un par nombres anidados: Marcela, una invitación, una amiga especial, en serio, vale la pena te digo, venite, te esperamos, no es tanto, tenés auto, te esperamos. Pero, ni rastros de Marcela, ni de la amiga, ni de especial. Y por supuesto, nadie me esperó. Fue dificil no sentirme miserable, y no era hora para eso, las madrugadas son peligrosas para los miserables. Por suerte, apareció Mara. Rubia, linda, gordita, decidida, rápida -es cierto, también rápida para desaparecer-. Desapareció y en el mejor momento. Te digo, que de no ser por éste gustito, te diría que la soñé. Pero, no. Nos besamos, hubo abrazos, y hasta llegamos a las manos, pero... al rato solo tenía un vaso de vodka y un atado de estos casi lleno y nada más. Sí, algo más, un palo que ni te cuento. Bueno, te imaginarás...
Chasquido. Gracias auto.
Encendí el cigarrillo y me quedé un rato mirando la puerta del lugar. No hacía ni frio ni calor. Estaba lindo. No salía nadie. Es más, varias chicas entraron portando un tambaleo terrible y cagándose de risa. Había barro en el piso y huellas de autos. Los carteles brillaban demasiado, los murmullos crecían sinpermiso.
Puse la radio, por suerte tiene un botón enorme para prenderla, es un stereo braile. Subí el volumen pero no logré sintonizar nada coherente. Opté por un CD al azar de los muchos que tenía en la guantera. Smiths. ¿Cúanto hacía que estaba ahí? El sonido brotó lúgubre y opaco, "Girlfriend in a comma". Descontrolado. Sonaba a cinta gastada, acelerada, pero era CD. No me preguntes porqué pero me acordé de las cenas en casa con mis viejos y mis hermanas, y el perro, afuera, mirándonos por la ventana.
Tanteé el piso del auto y atrapé las llaves. Milagro. Tratando de dominar mis brazos dí arraque y salí de ahí. Otro milagro. Te digo, traté de despejarme sacudiendo la cabeza pero mi mareo empeoró. Ambas músicas se mezclaban en el aire. Por un lado, el golpeteo sordo y grave del dance que se filtraba del boliche como desinflando las paredes, y por el otro la escarpada voz de Morrisey como pidiendo perdón. Enseguida el boliche se perdió en el espejo retrovisor, al igual que las casas, las fábricas, los grandes galpones, los brumosos pastizales. Llegué a la rotonda color naranja pálido y doblé a la derecha. El camino parecía el correcto al menos. Me sentí mejor, como si hubiera cumplido con una urgencia, como mear. Un cartel verde me deseó buen viaje. Viaje, sí, me dije. Gracias, aceleré. Me sentí prepotente ante la inmaculada oscuridad de la ruta -parecía virgen- pero si quería dejar atrás esa sensación estúpida eso tenía que hacer: acelerar. Piloto automático y a acelerar.
"Arrecifes 98", decía otro cartel verde, éste más alargado que el anterior. El siguiente diría 48 y, el último, "Arrecifes 3" y una flechita blanca señalaría a la izquierda. Los conocía bien, solo esperaba mantener los ojos abiertos hasta ese momento. Intenté subir más el volumen pero los parlantes distorsionaron convirtiendo a Morrisey en Lemmy en un segundo. Me quedaba otra opción, un viejo recurso del borracho. Abrí la ventanilla del acompañante, la mía ya estaba abierta, y el viento -una trompada de lleno en la cara- me despejó un poco. No mucho. Tampoco era hora de andar derrochando milagros... Y hablando de eso, ¿vos cómo estás? Dejá, no te esfuerces mucho. Sigo, ¿querés? Supongo que eso fue un sí.
160.
Traté de hacer calculos de velocidad y distancia pero me perdí. Mi cabeza comenzó con los pensamientos raros que, claro, desbordaron en sensaciones fuertes, por así decir. Te traduzco: ojos fogozos, un corpiño lila dificil de abrir, brazos frágiles resistiendo con fuerza, formas hermosas besándome con labios bien abiertos, sombras esfumándose en la confusión, en el humo denso del tabaco, la marihuana, el lavaropas de sentidos. Giraba. Mara. Sí, y se levantó y se fue. Después desperté, aunque ya estaba despierto. Le dí mi celular. Vomité el número. No lo anotó. Pero es facil, le dije. Saludó. Después desperté y ya no estaba. Era hermosa. Como todas. Digo, esa confusión las iguala, nos iguala. Es bárbara. ¿No fuíste nunca? Música, cortinas de humo, muñecas, elíxires etílicos, decile alcohol si queres. Era tan hermosa... Te lo juro. Sabés a lo que me refiero, Sebastián. En la ruta, unos minutos después, me pasó algo parecido, raro. Te juro. ¿Ubicás esas animaciones con plastilina? Las que psan en el cable a veces, para los chicos. Bueno, así se había puesto la ruta. Un listón gris, rayas intermitentes, algunos parches azules. Se repetía y se repetía, como una animación de esas. Tenía ganas de felicitar al creador, me resultaba irresistible y hermosa. Alguien había puesto ahí toda esa plastilina de colores vivos y formas que querían ser lisas, tan mónotona y divina como la noche. Una noche cerrada, negra. Claro, si es ésta misma noche, y se está yendo. No sé, me parece que pasó hace tanto...
Ah, te decía. Le dí mi celular. Seguro me llamaría. Lo tenía decidido, lo que iba a hacer. Daría la vuelta en una U terrible, así, sin mirar y enfilaría de nuevo para allá. A 160, obvio. Pero claro, hubo un detalle impensado, no llamó. Qué diferente hubiese sido todo si hubiera llamado. Qué poderosa debió sentirse, digo teniendo dos vidas en la mano. La tuya y la mía. Se puede decir hasta que la culpa de éste desastre es suya. Si hubiera agarrado el puto celular, que le costaba... Y sí, así son las mujeres, amigo. Son histéricas. Creo que hasta si hubiera sabido lo que lograba con ese llamado, igual no hubiera apretado el botoncito la muy turrita. Te dije que usaba un conjutito lila. O violeta, es lo mismo. Estaba oscuro. Pero se me fué, se esfumó. En definitiva, estaba en el auto pensando...
...llamaría, seguro, estaba seguro. Nunca había estado tan seguro de algo. Por un momento la euforia aniquiló la bruma esa que tenía delante de mis ojos y me sentí fresco, intacto. Volvían mis reflejos. Probé el volante. A un lado, al otro, a un lado al otro. Imaginate la situación a 160. Avancé enloquecido en zigzag. Dibujé eses negras en la ruta negra, en la noche negra. De lejos, las luces deben haber parecido dos luciérnagas borrachas pero deliciosamente sincronizadas. Borrachas...
Tanteé pero no lo encontraba. Me pregunté si estaría prendido. El celular. No recordaba haberlo apagado pero viste como son esas cosas. Comencé a desesperarme. Tenía que estár colgando de mi cintura, en el cinturón, sin embargo no estaba, dónde carajo lo metí, lo dejé en el baño, seguro, o se me cayó al subir, pensé, no se lo dí a ella, no pude ser tan boludo, no, no lo fui, tiene que estar acá, caido, seguro, sí lo tenía!, no pude haberlo perdido de nuevo, dejame ver, si... Qué puta es la vida, siempre inventa algún recurso para hacerte saber que estás en sus manos. Mi euforia se esfumó. Ahora estaba furioso. Y confundido. Empecé a tantearme como si de pronto una tarántula hubiese entrado por la ventanilla. A mi izquierda, a mi derecha, con la misma mano, otra vez a mi izquierda y sin soltar nunca el volante. ¿A vos no te pasa que revisas el mismo bolsillo dos o tres veces como si las cosas pudieran materializarse ahí después de la primera vez que te fijaste y no estaba? Tenía que encontrarlo, no te imaginas cómo me había puesto. De repente, la chica se había convertido en lo único importante del mundo y casi podía verla marcando mi número y moviendo la cabeza de un lado al otro, contrariada y todo por mi culpa. Me convetí en un policía. Sí, en un policía de mí mismo, tenías que verme palpándome de armas, o mejor dicho, de celulares. Fué entonces cuando me desentendí de todo, largué el volante, saqué mis ojos del camino y me dí vuelta buscando mi salvación, y vos, boludo, elegiste justo ese momento para cruzarte en mi camino. ¿Se puede saber que mierda hacías ahí, en el medio de la nada, a la madrugada y subido a una puta bicicleta sin luces?
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A pesar de la oscuridad, cualquiera podía ver los dos pares de rayas oscuras impresas sobre el asfalto como trazos queriéndose escapar de un papel, y el desparramo de barro, y los surcos profundos en el pasto húmedo, y los metros y metros de alambre derrivado y amadejado en esa llanura, o el techo del auto hundido en una banquina devenida en una absurda laguna extendiéndose paralela a la cinta asfáltica cumpliendo con su flamante papel de hermosa trampa hecha de juncos y neblina, solo ese techo porque el resto del auto yacía sumergido, irreconocible y con un rutilante estreno: un boquete redondo y perfecto en el parabrisas del lado izquierdo, el lado del conductor -o sea, yo- que desde ese momento había dejado de ser conductor para convertime en volador, y luego, en un histórico y emotivo -y definitivo- instante en aterrizador sobre barro, el inmundo lodazal que -vida irónica- al final salvó mi vida.
Me costó encontrate, no sé cuánto tiempo estuve desmayado -a juzgar por esa luna, no mucho- pero no puedo asegurarte nada. La luna, esas texturas tan misteriosas, me gustaría explorarla. Te digo, entre la confusión y éste ped..., traté de convencerme que no existías, de olvidarte en verdad, ¿me explico? Asegurarmelo: nada pasó. Total la imaginación siempre me jugó cada una... una revancha nunca está de más. Me sonó lógico. No podía ser que alguien anduviera por ahí en esa oscuridad. No podía. Me resultó facil aplicarle la lógica a todo eso, y borrón y cuenta nueva. La ambulancia ya llegaría y me curarían. Pero aún me quedaba un tema por resolver: el ruido. El golpe, ese sonido horrible, algo quebrándose como el hielo cayendo al piso, y la frenada, y los pastos enloquedidos, y el deslizarse sin poder dominar nada, y la luna rebotando. Eso sí que no lo podía olvidar, y aúnque te parezca mentira, todo eso me hizo pensar con claridad de una vez por todas. No podía permitirme dudar, ni estar borracho -si es que aún lo estaba-, tenía que salvarte, encontrarte, muy lejos no debías estar, además, te sentía vivo.
Con solo levantarme...
Ahí me dí cuenta. Estaba quebrado. Mi pierna izquierda se veía mal, no sabés el angulo, imposible. No podía estar bien de ninguna manera. Te digo, de dolor, nada. Solo un calor difuso aunque presente. Y algo parecido a una picazón. ¿Te picó una abeja alguna vez? No podría ir caminando, claro. Quise sentarme y me encontré de nuevo pensando en esas animaciones de plastilina, esas que te dije antes. Nada en mi cuerpo estaba como antes. Me dió risa sentirme como un mazo de cartas cuando lo mezclan; te debo parecer un loco pero te juro que eso pensé. Arrastrarme, eso me dije. Pero una vez en posición me dí cuenta que no sabía para donde ir. De casualidad ví un reflejo rojo destellando debil entre los pastos y para ahí fui. ¿Sabés qué pensé? Qué la muerte te venía a buscar. Tuve miedo, mucho miedo. Pero no me quedaba otra, le puse el pecho -lo que quedaba de él- y para allá fuí. ¡Esa luz de mierda! La de tu bici, digo. ¿Con esa porquería pretendías que alguien te viera? Es una garcha, no alumbra un carajo. Pero fijate, anda. No se rompió. Digo, yo tengo la pierna en fascículos, la muñeca no la puedo mover y andá a saber cuantas costillas me quebré, y vos, ni te digo ¿sentís algo? Dejá, dejá, ni me cuentes, me dá un poco de impresión mirarte. ¿Viste?, los dos hechos mierda y esa luz roja estúpida sigue ahí. Es irónica la vida. Te digo, por más que me esfuerce no puedo entender como Dios planea éste tipo de locuras, en serio. Dejá, ni me digas, te imagino pensando parecido. De por sí nos gustan las mismas cosas, por así decirlo. Es un buen camino el acercamiento, dos personas pueden estar juntas si lo desean, siempre fue así.
Me arrastré, no sabés lo que costó con un solo brazo, decí que el barro me ayudó. Parecía un soldado en plena guerra, como de cine. Ahora, cuando te ví, se me fue el alma al piso, disculpá mi sinceridad. Sangre por todos lados, golpes, la cara... Mejor, ni te cuento. Mi intención es ayudarte, no matarte. Además, tu pecho no subía y bajaba que es lo primero que uno pretende ver en estos casos. Chau, se fue, pensé. Pero aún así, me acerqué un poco más y por suerte noté tu aliento. Casi nada, pero aliento al fín ¡No sabes como me puse! Feliz. No podía permitirme que mueras antes. Ya sé, nadie muere antes de tiempo, pero en tu caso vale la consideración. Desde ese momento, calculo, pasó una hora, y no pasó nadie. Pero vos no te preocupes, todavía es de noche. En cuanto amanezca alguien llegará. Sí, alguien nos va a encontrar. Vos seguí ahí escuchando, hacé de cuenta que soy una radio. Parezco, ¿no? Me lo dijeron, no paro un minuto. Nunca pensé en ser locutor o algo así pero ahora me doy cuenta que condiciones tengo ¿no te parece? Aparte, mi voz no es tan fea. También me lo dijeron. Sí, mamá, ¿cómo sabías?¿no cuenta? Ya sé, no importa, no debe ser tan jodido te digo. Igual más o menos sé de que se trata. Les pasan los textos y los leen, la temperatura, los nombres de los temas, datos de músicos, un par de giladas más y listo, se acabó el programa. Te digo, la tienen fácil. Un poco de gracia, una buena voz, dicción clara y a cobrar... La puta, ya me empezó a doler acá, el pecho. Mejor descanso un poco, a ver si me muero yo antes y se me caga el plan.
Ahora que salió el sol puedo leer esto, tus documentos. Estaban tirados, no te ofendas. No sé si falta algo, los encontré medio desparramados. Tampoco hay mucho para robar. Así que Sebastián Casafus; ¡qué apellido hermano! La primera vez que lo escucho. A ver... Brown, un carnet de futbol parece. Ah, sí, acá dice. Club Atlético Brown de Arrecifes, futbol, cuarta división. Bien! No me sorprende, tenes pinta de jugador. ¿No podrás ocultarlo mucho, no? Debés ser de los buenos vos. En algunos se nota a la legua, como dice mi vieja. Yo, en cambio, no pateo ni sandías. Lo mio no es el futbol, son los autos, las carreras de los domingos a la mañana. Igual te digo, mucho no existo a esa hora, hace mucho que no veo una, para mí es como si no hubiera vida en ese momento, un hueco vacío de la semana, del mundo. Duermo, paso de largo hasta el mediodía. Haga frío, calor, llueva, eclipse o guerra mundial, yo duermo. Un poco porque salgo y me acuesto de día, pero ya es una costumbre, por más que me acueste temprano igual me levanto a cualquier hora. Es un regalo que le doy a mi cuerpo. Mis viejos ya saben y, por suerte, me lo respetan. Una vez los escuché discutir sobre esto. Así, entre tules, medio dormido. Mi viejo le decía que algo tenía que hacer y que él se encargaría de encontrarmelo, sino lo inventaría. Dificil no le iba a resultar. Mi vieja, tranquila como siempre se quedó con la última palabra, la sentencia inapelable: para qué querés tenerlo de zombie dando vueltas por acá si ni bola nos va a dar, ni a vos ni a mí, ni a nadie. Mi vieja...
Me parece que llegó el momento. ¡Ey! Despertate. ¡Despertate te digo, no soy tu noviecita! Prestá atención, tengo que contarte algo antes que... Sí por allá están llegando. Como te decía, mi vieja es de esas personas que nunca se mandan una macana grande de esas que le cambian la vida a uno. Sin embargo, con vos me parece que sí se equivocó. Con vos, sí. Sos el primero ¿Te sorprende? Sí, así como lo oís. ¡De vos, idiota! Seeebiiii...Justo en el momento en que empezaba a sacarme de la cabeza a Sabrina ¿Te suena ese nombre? La pifió. Me hizo enojar. Ese día sentí lo que seguro sienten los animales cuando les pasa algo similar. Un fuego, una gran fogata creciendo acá; consumiendote, comiendo lo que comés, llevándose lo bueno y dejandote el odio ahí guardadito, aferrado, haciendo de garrapata en tu corazón. El odio es eso, un quiste, un tumor. Estoy seguro, eso le sucede al león cuando lo usurpan así, cuando le roban. No entendés nada, no hace falta que lo digas. Así sin palabras estamos bien. Sin tus palabras. Mis palabras son las que vas a escuchar, las únicas. No te hagas mucho problema, igual no te queda tanto tiempo para albergar ésta duda tan intrascendente. No. Yo asesino no soy, te lo aclaro de entrada. No voy a matarte. ¿Para qué esforzarme si ya estás medio del otro lado? No. Te vas a morir solito. Con mi sutil y humilde ayuda, eso sí. Tan humilde que nadie lo va a saber. Un accidente de ruta... hay tantos...
Sabrina, vos la conocés, me dijeron. Sabrina, tantos años que la conozco. Te lo aseguro, nadie la conoce mejor. Nadie. De chiquita la formé. Catorce tenía cuando le dí el primer beso - el primer beso que le daba a un hombre-; dieciseis cuando se me entregó -virgen por supuesto- y hoy que está cumpliendo veintidós añitos le tengo preparada una sorpresa superior, el mejor regalo que recibirá en su corta y hermosa vida, mejor aún que el anillo de oro que le mandé hace dos años. Hoy va a cambiar su vida y ella, seguro está durmiendo en su hermosa cama, abrazada a sus sábanas blancas y tersas, relajada, ajena, con la inmensa tranquilidad del que nada sabe. Pobre, Sabri, tan buena chica, cómo vamos a preocuparla con niñedadez... Igual lo va a saber muy pronto, vos sabes mejor que yo como corren las noticias en los pueblos. Sí, Sebi. Vos también te equivocaste feo. Elegiste la fruta prohibida, la mía. La viste colgando ahí, al sol, tan solita, tan frágil, tán confundida que dijiste, es mía, lo sé y no te culpo. Es así, tal cúal. Voy a ser benévolo y suponer que pensaste que no tenía novio, que estaba sola y por eso la quisíste.
Mirá como son las cosas, si te hubieras callado esa noche, si te hubieras aguantado con los pantalones puestos dos semanas más tarde, si te hubieras olvidado rápido de sus infítas bondades femeninas, aún estarías entero y no hecho un rompecabezas respirante. Qué le vas a hacer, así son las cosas en ésta Pampa húmeda. Todos tenemos un propósito y yo, por suerte, lo tengo tan claro... Como en el teatro. No tengo ninguna duda de la chica que ocupará el papel de la amada ¿Hace falta que te lo diga? No. Si sos tan inteligente... Así se arreglan las cosas entre hombres, a la vieja usanza. ¿Te crés que me importaba algo la idiota esa del boliche de anoche? ¿O esas que me curtía para que Sabri se enterara? ¡Obvio! ¡Esa es la respuesta correcta! ¡¡¡Diez mil pesos en efectivo de premio, acá para el amigo!!! Lástima, señor futbolísta que no le queden minutos en el frasco de la vida para gastarlos. Lastíma bandoneón mi corazón. Qué poco sirven las cosas materiales... Bueno, ahora que estás al tanto de todo, comienzo con el repaso de las respuestas que voy a decir. Ya llegan todos y tengo que hacerla bien. Además me duele mucho acá. Me callo. Que duermas bien.
estaba todo roto
y con fuego en su interior.
Abrí la puerta y me dejé caer en el asiento. La llave que mi mano suponía estar introduciendo en la ranura oscilante se tornó esquiva y rodó al suelo para esconderse en la oscuridad lejos de mis dedos torpes. Toqué sobre mi pecho el bolsillo de mi camisa, y del paquete de Marlboro casi terminado, saqué un ejemplar arrugado y triste. Quise recordar que había sido del encendedor pero no lo logré, entoces apreté el botón en la consola del auto y traté de mirar el reloj de palotes verdes que tenía frente a mis ojos pero no logré descifrar la hora. Pensé, son las cuatro más o menos, o eso quise que fuera. Temprano sí, pero ya no tenía nada que hacer ahí. Además, todavía me sentía capaz de manejar. Solo, con el auto de mi viejo, cansado, medio frustrado y a cien kilometros de Arrecifes. Suena lógica la razón, entoces.
Mientras esperaba que el auto me avisara cuando el encendedor estaría listo, se me dio por poner en práctica una mala costumbre. Evaluar la razón de mi aventura ahí. Parecieron años esos segundos pero no pude sacar una conclusión muy clara, sólo un par nombres anidados: Marcela, una invitación, una amiga especial, en serio, vale la pena te digo, venite, te esperamos, no es tanto, tenés auto, te esperamos. Pero, ni rastros de Marcela, ni de la amiga, ni de especial. Y por supuesto, nadie me esperó. Fue dificil no sentirme miserable, y no era hora para eso, las madrugadas son peligrosas para los miserables. Por suerte, apareció Mara. Rubia, linda, gordita, decidida, rápida -es cierto, también rápida para desaparecer-. Desapareció y en el mejor momento. Te digo, que de no ser por éste gustito, te diría que la soñé. Pero, no. Nos besamos, hubo abrazos, y hasta llegamos a las manos, pero... al rato solo tenía un vaso de vodka y un atado de estos casi lleno y nada más. Sí, algo más, un palo que ni te cuento. Bueno, te imaginarás...
Chasquido. Gracias auto.
Encendí el cigarrillo y me quedé un rato mirando la puerta del lugar. No hacía ni frio ni calor. Estaba lindo. No salía nadie. Es más, varias chicas entraron portando un tambaleo terrible y cagándose de risa. Había barro en el piso y huellas de autos. Los carteles brillaban demasiado, los murmullos crecían sinpermiso.
Puse la radio, por suerte tiene un botón enorme para prenderla, es un stereo braile. Subí el volumen pero no logré sintonizar nada coherente. Opté por un CD al azar de los muchos que tenía en la guantera. Smiths. ¿Cúanto hacía que estaba ahí? El sonido brotó lúgubre y opaco, "Girlfriend in a comma". Descontrolado. Sonaba a cinta gastada, acelerada, pero era CD. No me preguntes porqué pero me acordé de las cenas en casa con mis viejos y mis hermanas, y el perro, afuera, mirándonos por la ventana.
Tanteé el piso del auto y atrapé las llaves. Milagro. Tratando de dominar mis brazos dí arraque y salí de ahí. Otro milagro. Te digo, traté de despejarme sacudiendo la cabeza pero mi mareo empeoró. Ambas músicas se mezclaban en el aire. Por un lado, el golpeteo sordo y grave del dance que se filtraba del boliche como desinflando las paredes, y por el otro la escarpada voz de Morrisey como pidiendo perdón. Enseguida el boliche se perdió en el espejo retrovisor, al igual que las casas, las fábricas, los grandes galpones, los brumosos pastizales. Llegué a la rotonda color naranja pálido y doblé a la derecha. El camino parecía el correcto al menos. Me sentí mejor, como si hubiera cumplido con una urgencia, como mear. Un cartel verde me deseó buen viaje. Viaje, sí, me dije. Gracias, aceleré. Me sentí prepotente ante la inmaculada oscuridad de la ruta -parecía virgen- pero si quería dejar atrás esa sensación estúpida eso tenía que hacer: acelerar. Piloto automático y a acelerar.
"Arrecifes 98", decía otro cartel verde, éste más alargado que el anterior. El siguiente diría 48 y, el último, "Arrecifes 3" y una flechita blanca señalaría a la izquierda. Los conocía bien, solo esperaba mantener los ojos abiertos hasta ese momento. Intenté subir más el volumen pero los parlantes distorsionaron convirtiendo a Morrisey en Lemmy en un segundo. Me quedaba otra opción, un viejo recurso del borracho. Abrí la ventanilla del acompañante, la mía ya estaba abierta, y el viento -una trompada de lleno en la cara- me despejó un poco. No mucho. Tampoco era hora de andar derrochando milagros... Y hablando de eso, ¿vos cómo estás? Dejá, no te esfuerces mucho. Sigo, ¿querés? Supongo que eso fue un sí.
160.
Traté de hacer calculos de velocidad y distancia pero me perdí. Mi cabeza comenzó con los pensamientos raros que, claro, desbordaron en sensaciones fuertes, por así decir. Te traduzco: ojos fogozos, un corpiño lila dificil de abrir, brazos frágiles resistiendo con fuerza, formas hermosas besándome con labios bien abiertos, sombras esfumándose en la confusión, en el humo denso del tabaco, la marihuana, el lavaropas de sentidos. Giraba. Mara. Sí, y se levantó y se fue. Después desperté, aunque ya estaba despierto. Le dí mi celular. Vomité el número. No lo anotó. Pero es facil, le dije. Saludó. Después desperté y ya no estaba. Era hermosa. Como todas. Digo, esa confusión las iguala, nos iguala. Es bárbara. ¿No fuíste nunca? Música, cortinas de humo, muñecas, elíxires etílicos, decile alcohol si queres. Era tan hermosa... Te lo juro. Sabés a lo que me refiero, Sebastián. En la ruta, unos minutos después, me pasó algo parecido, raro. Te juro. ¿Ubicás esas animaciones con plastilina? Las que psan en el cable a veces, para los chicos. Bueno, así se había puesto la ruta. Un listón gris, rayas intermitentes, algunos parches azules. Se repetía y se repetía, como una animación de esas. Tenía ganas de felicitar al creador, me resultaba irresistible y hermosa. Alguien había puesto ahí toda esa plastilina de colores vivos y formas que querían ser lisas, tan mónotona y divina como la noche. Una noche cerrada, negra. Claro, si es ésta misma noche, y se está yendo. No sé, me parece que pasó hace tanto...
Ah, te decía. Le dí mi celular. Seguro me llamaría. Lo tenía decidido, lo que iba a hacer. Daría la vuelta en una U terrible, así, sin mirar y enfilaría de nuevo para allá. A 160, obvio. Pero claro, hubo un detalle impensado, no llamó. Qué diferente hubiese sido todo si hubiera llamado. Qué poderosa debió sentirse, digo teniendo dos vidas en la mano. La tuya y la mía. Se puede decir hasta que la culpa de éste desastre es suya. Si hubiera agarrado el puto celular, que le costaba... Y sí, así son las mujeres, amigo. Son histéricas. Creo que hasta si hubiera sabido lo que lograba con ese llamado, igual no hubiera apretado el botoncito la muy turrita. Te dije que usaba un conjutito lila. O violeta, es lo mismo. Estaba oscuro. Pero se me fué, se esfumó. En definitiva, estaba en el auto pensando...
...llamaría, seguro, estaba seguro. Nunca había estado tan seguro de algo. Por un momento la euforia aniquiló la bruma esa que tenía delante de mis ojos y me sentí fresco, intacto. Volvían mis reflejos. Probé el volante. A un lado, al otro, a un lado al otro. Imaginate la situación a 160. Avancé enloquecido en zigzag. Dibujé eses negras en la ruta negra, en la noche negra. De lejos, las luces deben haber parecido dos luciérnagas borrachas pero deliciosamente sincronizadas. Borrachas...
Tanteé pero no lo encontraba. Me pregunté si estaría prendido. El celular. No recordaba haberlo apagado pero viste como son esas cosas. Comencé a desesperarme. Tenía que estár colgando de mi cintura, en el cinturón, sin embargo no estaba, dónde carajo lo metí, lo dejé en el baño, seguro, o se me cayó al subir, pensé, no se lo dí a ella, no pude ser tan boludo, no, no lo fui, tiene que estar acá, caido, seguro, sí lo tenía!, no pude haberlo perdido de nuevo, dejame ver, si... Qué puta es la vida, siempre inventa algún recurso para hacerte saber que estás en sus manos. Mi euforia se esfumó. Ahora estaba furioso. Y confundido. Empecé a tantearme como si de pronto una tarántula hubiese entrado por la ventanilla. A mi izquierda, a mi derecha, con la misma mano, otra vez a mi izquierda y sin soltar nunca el volante. ¿A vos no te pasa que revisas el mismo bolsillo dos o tres veces como si las cosas pudieran materializarse ahí después de la primera vez que te fijaste y no estaba? Tenía que encontrarlo, no te imaginas cómo me había puesto. De repente, la chica se había convertido en lo único importante del mundo y casi podía verla marcando mi número y moviendo la cabeza de un lado al otro, contrariada y todo por mi culpa. Me convetí en un policía. Sí, en un policía de mí mismo, tenías que verme palpándome de armas, o mejor dicho, de celulares. Fué entonces cuando me desentendí de todo, largué el volante, saqué mis ojos del camino y me dí vuelta buscando mi salvación, y vos, boludo, elegiste justo ese momento para cruzarte en mi camino. ¿Se puede saber que mierda hacías ahí, en el medio de la nada, a la madrugada y subido a una puta bicicleta sin luces?
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A pesar de la oscuridad, cualquiera podía ver los dos pares de rayas oscuras impresas sobre el asfalto como trazos queriéndose escapar de un papel, y el desparramo de barro, y los surcos profundos en el pasto húmedo, y los metros y metros de alambre derrivado y amadejado en esa llanura, o el techo del auto hundido en una banquina devenida en una absurda laguna extendiéndose paralela a la cinta asfáltica cumpliendo con su flamante papel de hermosa trampa hecha de juncos y neblina, solo ese techo porque el resto del auto yacía sumergido, irreconocible y con un rutilante estreno: un boquete redondo y perfecto en el parabrisas del lado izquierdo, el lado del conductor -o sea, yo- que desde ese momento había dejado de ser conductor para convertime en volador, y luego, en un histórico y emotivo -y definitivo- instante en aterrizador sobre barro, el inmundo lodazal que -vida irónica- al final salvó mi vida.
Me costó encontrate, no sé cuánto tiempo estuve desmayado -a juzgar por esa luna, no mucho- pero no puedo asegurarte nada. La luna, esas texturas tan misteriosas, me gustaría explorarla. Te digo, entre la confusión y éste ped..., traté de convencerme que no existías, de olvidarte en verdad, ¿me explico? Asegurarmelo: nada pasó. Total la imaginación siempre me jugó cada una... una revancha nunca está de más. Me sonó lógico. No podía ser que alguien anduviera por ahí en esa oscuridad. No podía. Me resultó facil aplicarle la lógica a todo eso, y borrón y cuenta nueva. La ambulancia ya llegaría y me curarían. Pero aún me quedaba un tema por resolver: el ruido. El golpe, ese sonido horrible, algo quebrándose como el hielo cayendo al piso, y la frenada, y los pastos enloquedidos, y el deslizarse sin poder dominar nada, y la luna rebotando. Eso sí que no lo podía olvidar, y aúnque te parezca mentira, todo eso me hizo pensar con claridad de una vez por todas. No podía permitirme dudar, ni estar borracho -si es que aún lo estaba-, tenía que salvarte, encontrarte, muy lejos no debías estar, además, te sentía vivo.
Con solo levantarme...
Ahí me dí cuenta. Estaba quebrado. Mi pierna izquierda se veía mal, no sabés el angulo, imposible. No podía estar bien de ninguna manera. Te digo, de dolor, nada. Solo un calor difuso aunque presente. Y algo parecido a una picazón. ¿Te picó una abeja alguna vez? No podría ir caminando, claro. Quise sentarme y me encontré de nuevo pensando en esas animaciones de plastilina, esas que te dije antes. Nada en mi cuerpo estaba como antes. Me dió risa sentirme como un mazo de cartas cuando lo mezclan; te debo parecer un loco pero te juro que eso pensé. Arrastrarme, eso me dije. Pero una vez en posición me dí cuenta que no sabía para donde ir. De casualidad ví un reflejo rojo destellando debil entre los pastos y para ahí fui. ¿Sabés qué pensé? Qué la muerte te venía a buscar. Tuve miedo, mucho miedo. Pero no me quedaba otra, le puse el pecho -lo que quedaba de él- y para allá fuí. ¡Esa luz de mierda! La de tu bici, digo. ¿Con esa porquería pretendías que alguien te viera? Es una garcha, no alumbra un carajo. Pero fijate, anda. No se rompió. Digo, yo tengo la pierna en fascículos, la muñeca no la puedo mover y andá a saber cuantas costillas me quebré, y vos, ni te digo ¿sentís algo? Dejá, dejá, ni me cuentes, me dá un poco de impresión mirarte. ¿Viste?, los dos hechos mierda y esa luz roja estúpida sigue ahí. Es irónica la vida. Te digo, por más que me esfuerce no puedo entender como Dios planea éste tipo de locuras, en serio. Dejá, ni me digas, te imagino pensando parecido. De por sí nos gustan las mismas cosas, por así decirlo. Es un buen camino el acercamiento, dos personas pueden estar juntas si lo desean, siempre fue así.
Me arrastré, no sabés lo que costó con un solo brazo, decí que el barro me ayudó. Parecía un soldado en plena guerra, como de cine. Ahora, cuando te ví, se me fue el alma al piso, disculpá mi sinceridad. Sangre por todos lados, golpes, la cara... Mejor, ni te cuento. Mi intención es ayudarte, no matarte. Además, tu pecho no subía y bajaba que es lo primero que uno pretende ver en estos casos. Chau, se fue, pensé. Pero aún así, me acerqué un poco más y por suerte noté tu aliento. Casi nada, pero aliento al fín ¡No sabes como me puse! Feliz. No podía permitirme que mueras antes. Ya sé, nadie muere antes de tiempo, pero en tu caso vale la consideración. Desde ese momento, calculo, pasó una hora, y no pasó nadie. Pero vos no te preocupes, todavía es de noche. En cuanto amanezca alguien llegará. Sí, alguien nos va a encontrar. Vos seguí ahí escuchando, hacé de cuenta que soy una radio. Parezco, ¿no? Me lo dijeron, no paro un minuto. Nunca pensé en ser locutor o algo así pero ahora me doy cuenta que condiciones tengo ¿no te parece? Aparte, mi voz no es tan fea. También me lo dijeron. Sí, mamá, ¿cómo sabías?¿no cuenta? Ya sé, no importa, no debe ser tan jodido te digo. Igual más o menos sé de que se trata. Les pasan los textos y los leen, la temperatura, los nombres de los temas, datos de músicos, un par de giladas más y listo, se acabó el programa. Te digo, la tienen fácil. Un poco de gracia, una buena voz, dicción clara y a cobrar... La puta, ya me empezó a doler acá, el pecho. Mejor descanso un poco, a ver si me muero yo antes y se me caga el plan.
Ahora que salió el sol puedo leer esto, tus documentos. Estaban tirados, no te ofendas. No sé si falta algo, los encontré medio desparramados. Tampoco hay mucho para robar. Así que Sebastián Casafus; ¡qué apellido hermano! La primera vez que lo escucho. A ver... Brown, un carnet de futbol parece. Ah, sí, acá dice. Club Atlético Brown de Arrecifes, futbol, cuarta división. Bien! No me sorprende, tenes pinta de jugador. ¿No podrás ocultarlo mucho, no? Debés ser de los buenos vos. En algunos se nota a la legua, como dice mi vieja. Yo, en cambio, no pateo ni sandías. Lo mio no es el futbol, son los autos, las carreras de los domingos a la mañana. Igual te digo, mucho no existo a esa hora, hace mucho que no veo una, para mí es como si no hubiera vida en ese momento, un hueco vacío de la semana, del mundo. Duermo, paso de largo hasta el mediodía. Haga frío, calor, llueva, eclipse o guerra mundial, yo duermo. Un poco porque salgo y me acuesto de día, pero ya es una costumbre, por más que me acueste temprano igual me levanto a cualquier hora. Es un regalo que le doy a mi cuerpo. Mis viejos ya saben y, por suerte, me lo respetan. Una vez los escuché discutir sobre esto. Así, entre tules, medio dormido. Mi viejo le decía que algo tenía que hacer y que él se encargaría de encontrarmelo, sino lo inventaría. Dificil no le iba a resultar. Mi vieja, tranquila como siempre se quedó con la última palabra, la sentencia inapelable: para qué querés tenerlo de zombie dando vueltas por acá si ni bola nos va a dar, ni a vos ni a mí, ni a nadie. Mi vieja...
Me parece que llegó el momento. ¡Ey! Despertate. ¡Despertate te digo, no soy tu noviecita! Prestá atención, tengo que contarte algo antes que... Sí por allá están llegando. Como te decía, mi vieja es de esas personas que nunca se mandan una macana grande de esas que le cambian la vida a uno. Sin embargo, con vos me parece que sí se equivocó. Con vos, sí. Sos el primero ¿Te sorprende? Sí, así como lo oís. ¡De vos, idiota! Seeebiiii...Justo en el momento en que empezaba a sacarme de la cabeza a Sabrina ¿Te suena ese nombre? La pifió. Me hizo enojar. Ese día sentí lo que seguro sienten los animales cuando les pasa algo similar. Un fuego, una gran fogata creciendo acá; consumiendote, comiendo lo que comés, llevándose lo bueno y dejandote el odio ahí guardadito, aferrado, haciendo de garrapata en tu corazón. El odio es eso, un quiste, un tumor. Estoy seguro, eso le sucede al león cuando lo usurpan así, cuando le roban. No entendés nada, no hace falta que lo digas. Así sin palabras estamos bien. Sin tus palabras. Mis palabras son las que vas a escuchar, las únicas. No te hagas mucho problema, igual no te queda tanto tiempo para albergar ésta duda tan intrascendente. No. Yo asesino no soy, te lo aclaro de entrada. No voy a matarte. ¿Para qué esforzarme si ya estás medio del otro lado? No. Te vas a morir solito. Con mi sutil y humilde ayuda, eso sí. Tan humilde que nadie lo va a saber. Un accidente de ruta... hay tantos...
Sabrina, vos la conocés, me dijeron. Sabrina, tantos años que la conozco. Te lo aseguro, nadie la conoce mejor. Nadie. De chiquita la formé. Catorce tenía cuando le dí el primer beso - el primer beso que le daba a un hombre-; dieciseis cuando se me entregó -virgen por supuesto- y hoy que está cumpliendo veintidós añitos le tengo preparada una sorpresa superior, el mejor regalo que recibirá en su corta y hermosa vida, mejor aún que el anillo de oro que le mandé hace dos años. Hoy va a cambiar su vida y ella, seguro está durmiendo en su hermosa cama, abrazada a sus sábanas blancas y tersas, relajada, ajena, con la inmensa tranquilidad del que nada sabe. Pobre, Sabri, tan buena chica, cómo vamos a preocuparla con niñedadez... Igual lo va a saber muy pronto, vos sabes mejor que yo como corren las noticias en los pueblos. Sí, Sebi. Vos también te equivocaste feo. Elegiste la fruta prohibida, la mía. La viste colgando ahí, al sol, tan solita, tan frágil, tán confundida que dijiste, es mía, lo sé y no te culpo. Es así, tal cúal. Voy a ser benévolo y suponer que pensaste que no tenía novio, que estaba sola y por eso la quisíste.
Mirá como son las cosas, si te hubieras callado esa noche, si te hubieras aguantado con los pantalones puestos dos semanas más tarde, si te hubieras olvidado rápido de sus infítas bondades femeninas, aún estarías entero y no hecho un rompecabezas respirante. Qué le vas a hacer, así son las cosas en ésta Pampa húmeda. Todos tenemos un propósito y yo, por suerte, lo tengo tan claro... Como en el teatro. No tengo ninguna duda de la chica que ocupará el papel de la amada ¿Hace falta que te lo diga? No. Si sos tan inteligente... Así se arreglan las cosas entre hombres, a la vieja usanza. ¿Te crés que me importaba algo la idiota esa del boliche de anoche? ¿O esas que me curtía para que Sabri se enterara? ¡Obvio! ¡Esa es la respuesta correcta! ¡¡¡Diez mil pesos en efectivo de premio, acá para el amigo!!! Lástima, señor futbolísta que no le queden minutos en el frasco de la vida para gastarlos. Lastíma bandoneón mi corazón. Qué poco sirven las cosas materiales... Bueno, ahora que estás al tanto de todo, comienzo con el repaso de las respuestas que voy a decir. Ya llegan todos y tengo que hacerla bien. Además me duele mucho acá. Me callo. Que duermas bien.