Cuesta
undefinedundefined
"Vamos / bajando la cuesta
que arriba en mi calle
se acabó / la fiesta."
Decía "Apagar" y acepté, dando por terminado el trabajo de meses. Miré por la ventana, la quietud que noche a noche me acompañó estaba ahí, intacta. Me sentía tan cansado y solo que en ese momento la sentí compañera, colega. Fue cuando la chispa lúcida, extraña se produjo. No había peso, ni ansiedad, ni temor en ella. La sentí frágil y urgente como una burbuja. Era mía.
Uno a uno fueron desapareciendo los íconos en la pantalla y ya no hubo otra cosa en ella que la foto de mi hijo. Reparé en algo: hacía días que no lo veía, pero visitarlo en esa casa horrible me contagiaba derrotas y dolores que no deseaba filtrar en mi música, no hasta que el disco estuviera listo; por eso nuestros últimos contactos se limitaron a mails y largas conversaciones telefónicas. Solo eso. Lo extrañaba.
La máquina se apagó y en el aire quedó flotando el significado mismo del silencio. Me sentía bien, casi eufórico. Había dado mucho de mí y eso me llenaba de orgullo. Apagué también ambos interruptores del Marshall y un switch que tenía al alcance de mi mano. La columna de luces rojas y amarillas al fondo de la habitación, oscureció hasta desaparecer. Luego todo quedó a oscuras salvo por el pequeño velador que absorbía en su haz al humo del cenicero rebalsante. Coloqué la guitarra de doce cuerdas en su soporte y me puse de pie. Un mareo me aconsejó dormir, pero no iba a hacerlo. Era mi hora para andar por la calle. La única. No habría nadie, nadie me reconocería. Más tarde dormiría algo si podía. Cargué en mi mochila el Sony con el CD que acababa de grabar (rotulado "Imposibles – Versión Final"), una petaca casi vacía, un libro ("En el Camino") que seguro ni abriría, un anotador, una birome negra y salí.
Del pasto del jardín brotaban pequeñas gotas de agua que podía palpar, oliéndolas, saltándolas como preciosos colchones trasparentes, adustos paraísos de los antes fué sed. La calle caía en una suave pendiente hacia el norte. Una tenue brisa traía aromas a cuerdas mojadas y a barandas de madera barnizada. Los ruidos se limitaban a grandes micros, cuadras arriba, acelerando. El resto, muerto. Miré a ambos lados y giré la llave, la vieja reja cedió, gané la vereda, me asomé a una caída lenta, probé el aire de la luna teniendo en mis oídos lo que quería escuchar, teniendo en mi destino calle abajo, mirando al rio negro, plano, muerto pero vivo, sucio pero plateado, necesario.
La calle, una sucesión perfecta de empedrados con una leve pero sostenida pendiente, contaba con un cuidado boulevard, jardines profesionales y cordones blanqueados con cal, casetas de vigilancia, luz y en cada esquina un cartel con el nombre de la calle auspiciado sobre un fondo de pintura verde. Las casas, todas con el cartel de la empresa de seguridad privada que las velaba.
Nadie. Salí y apreté play. Decidí regresar cuando terminara el tema 14, el final del disco. Eso me daba más de una hora de cuerda, lo mismo que debía significar el aire para el buzo, luego sería Cenicienta, pero sin tacos. Subí el volumen y me ajusté bien los auriculares, encaminando con destreza los sonidos al alma y caminé cuesta abajo.
Dos bestias salieron a mi encuentro ladrándome en cámara lenta y muda. Luego callaron, aburridos. Habría grillos y langostas. Más adelante, dos sombras doblaron y se escabulleron, lo ví. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían? ¿Qué querían de mí? Aminoré el paso justo cuando la pendiente comenzó a pronunciarse haciendo imperceptible mi intención. Me separaban más de cien metros de ellas. Pensé en volver; con la alegría entumecida y la idea desdibujada, la excusión no tenía sentido. Aún así continué. Crucé la calle y el ruido de un motor me rozó la espalda. La intromisión fue tan prepotente que me sentí ultrajado. Con ira giré para mirar al culpable pero sólo ví el asfalto virgen, el agua mansa a los costados navegando y la nada hacia un lado y el otro. Ni autos, ni motores atrás, ni intrusos furtivos adelante. Las almas de la noche estarían reíndose de éste enfermo.
Track 1. La ausencia de sonidos me rescató. El tema terminaba y solo su fade out me recordó que antes algo había sonado.
"Ya no soy el que te habla // ya no soy el que se arrastra sobre ti."
"Ya no soy esa maqueta // ya no soy un..."
En mi memoria no había nada de él. Cada sensación me susurraba lo inútil de esa salida mía a la calle. Traté de ser fuerte, tanto había hablado de todo esto, tantas horas inertes, tanta intimidad ante analistas, pero cada vez, con cada paso ahí afuera, todo el infierno volvía a mí, como gigantes olas rojizas. Me veía a mi mismo corriendo despavorido tanto hacía que no veía la calle... Tenía que tranquilizarme. Respiré. Saqué cuentas. Tema 1, tres minutos cuarenta y dos. Sólo cuatro minutos afuera... No podía darme por vencido tan pronto. No.Además, no había sombras. No vivas, al menos.
Entereza, esa es la palabra que usaba mi analista cuando se refería a esto. La entereza que debía tener, la fuerza interior a la que tendría que acudir para sobrellevar todo este peso, mi mal. Quizás de algo sirviera tanta palabrería. Confianza tendría que tener además de entereza, aunque... Mis dudas me resultaban insoportables. A veces todo yo me resultaba insoportable. Mi cabeza era una radio mal sintonizada que no podía apagar. Que más dá. Traté de no pensar en lo que podía perder sino, simplemente, en lo desconocido. La destreza de lo desconocido. Pisé fuerte, el suelo no cedió. Mis Nike dejaron su huella en la tierra rojiza de la esquina y mirarlas me recordó el optimismo que había cargado en mi mochila cuatro minutos atrás. Sí. Eso era lo correcto. Seguir, afrontar. El rio. Sí, el rio.
Track 2. Mis fantasmas subieron al auto y desaparecieron. La noche seguía oscura y, con ello, mi refugio intacto. Latía controlado. Mi voz comenzó a cantar. Me propuse seguirla, me avoqué a ella, ya no mía, sino como una voz ajena. Intenté formas, inflecciones. Escenas para ella. Primero, sólo como un eco, como una variaciones de la música. Parecían murmullos dentro de una caverna, casi murciélagos vocales. Colores negros rebotando descontrolados contra las superficies irregulares, abovedadas y ciegas. Se lastimaba y ella toda se cargaba de un morboso, oculto e infinito placer. La tenía que seguir, mi voz me llevaría a campos inéditos. Lo hice. Camine por la cuesta siguiendola, de la mano, como un chico, ella guiaba mis pasos en ese calvario que hacía meses no pisaba. Así, con suavidad, entre papeles tersos, entre aromas a pinos y eucaliptos, me fui de mí, me alejé lo suficiente.
"Saber perder / es todo
Saber caer / es todo
De pié / siempre de pié
Siempre hasta que el aura vuelva"
Track 3. Cerré mis ojos sin detenerme. Es una buena experiencia de seguridad y confianza, me dijeron. Caminar a tientas siempre me pareció una estupidez pero en ese momento una cierta lógica tenía. Miré adelante primero, tratando de memorizar el camino estableciéndome tiempos y distancias, y me dejé llevar por esos señuelos. En mis oídos irrumpió mi voz luego de una intro lejana y inglesa. pero ya no era mía. Me excluía de su sonido envolvente, parecía alejarse de mi carne. Un verbo carne con materia propia. La voz de la conciencia, quizás, la voz del interior pero no mi interior. Todos los interiores de todo el mundo, algo así como el estómago del arte. El sentir de todas esas palabras de alguna manera me pertenecía pero lo cantaba una voz extraña. Una voz que acababa de conocer.
"No siento mis ojos / Tal vez ya no me pertenezcan
Quizás ese día que te fuiste / te llevaste algo mío entre tu ropa"
Track 4. No fue muy grato. Me sorprendí buceando en palabras que tan hondo me llegaban, de filos tan certeros, de alusiones tan directas, que por un momento me sentí inmerso en un proceso degenerativo, una autoflagelación. Me derretía. Una sensación correcta en términos comerciales, a eso apelaba mismo mi canción –porque en definitiva esa era mi canción ¿no?-, al corazón, a lo profundo. Y funcionaba. Confieso que me sentí un tonto cayendo en mi propia trampa. Por suerte terminó rápido, y ese fín coincidió con la última bocacalle que cruzaría. Más allá, luego de la explanada, de la vereda zigzagueante, del parque verdoso y oscuro, del sendero de redondas luces blancas infectadas de insectos quemados, más allá susurraba el rio, paciente.
"Sienta un precedente /
Es el aire el que arde /
Ya es hora que vengarte /
Es hora que vuelvas a mí."
Track 5. Las ramas se abrieron y ahí estaba él, negro, coherentemente nocturno, casi un toldo pendiendo del cielo y ahogándose en su llanura en movimiento. Aclararía enseguida, pero eso no impidió que la belleza del rio se filtrara en mí. La brisa aumentó y de un ramalazo reemplazó los aromas anteriores por sensaciones plagadas de humedad y decoloración mineral. Hierros y cobres, óxidos y piedras ovaladas, ínfimos oleajes grises. Algas. Solo.
Me acerqué. El pasto raleó y se convirtió en una arena torpe, gruesa y marrón, que el rio bañaba con una regularidad cronometrada.
Mi camino se tornó horizontal, no sin pendiente. Las huellas se hicieron profundas y mis pensamientos también. Sentir la vitalidad trepar por los músculos es algo tan incomparable... Tenues crujidos en la arena me seguían pero sin que lo supiera, ya no dobles, sino cuádruples, se mezclaban en mis auriculares. Alguien más estaba ahí.
"Un angel se posa / reposa
El cielo cae en picada
Si somos eternos / es que encontramos la fórmula
Si somos así / ¿porqué dejar de serlo?"
Track 6. -¿Qué haces acá? –me dijo como si me conociera de toda la vida y me miró fijo. De inmediato esos ojos se anegaron, precediendo, creí yo, a una gran explosión acuosa. No fue así. Recurriendo a una extraordinaria fuerza de voluntad, la chica se dominó y evitó lo lógico.
-No er io nando to!?
-¿Eh? –dije retirando el auricular izquierdo de mi oído.
-¿¡No puede ser, en serio está pasando esto!?
-...
-Hace días que espero verte. Hace días que te busco y no te asomas ni a la ventana. ¡Qué digo días, semanas!
-No entiendo... Pero, dejá, no importa... Me tengo que ir...
-Miro a través de los cortinados de tu casa pero nada... Horas y nada. Días enteros. Casi ni al baño iba, no comía por si aparecías. Llegué a creer que todo este viaje había sido al... bueno... tú sabes. Sin sentido.
-En serio. Tengo que irme, perdón.
-Pero no, acá estás, parado enfrente de mí.
-Ok.
-Espera, no te vayas. Me tomaron por loca, ¿sabes? "¿Hasta allá te vas a ir? Tu estás mal ¿Y tus cosas?" No saben que tú eres mis cosas. ¿Te das cuenta cuanta razón tenía? Todo este viaje, el trabajo, el dinero, los permisos, el pasaje, todo. Fue duro, ¿sábes? Hasta tuve que... Bueno, no importa ya. El hecho es que acá estoy. Espera, escúchame.
Hablaba rápido y tenía en su acento raro. Aceleraba y frenaba dentro de una misma frase, como si cantara en vez de hablar. Una cadencia graciosa. Lo mismo le sucedía a sus emociones: aceleraban con rapidez. Pero acá no había frenos. De la sorpresa a la incredulidad, un paso corto hasta la emoción, luego la llegada de la excitación y, por ultimo, lo que parecía ser una especie de ataque de nervios. Me saqué el auricular y lo dejé reposando sobre mi cuello. La música brotaba pero ahora en forma de murmullo. Un murmullo que la chica no tenía reparos en sepultar bajo una montaña de palabras.
-No es buen momento ahora. Estoy cansado.Tengo que dormir un poco.
-De Chile, de Chile vengo, dame un tiempito nomás. No pido otra cosa.
-Sí, sí. En serio. Más tarde. Ya conoces mi casa por lo visto. Me golpeas, salgo, charlamos. Aho...
-No! Mirá. Temuco. ¿Conoces Temuco? De ahí soy. ¡Lo que dijeron mis amigas, mi familia cuando les comenté que viajaba unos meses a Buenos Aires! Ni te imaginas el lío...
Ella volvió a la carga.
-Una sola cosa y no te molesto más. Ya sé, te asusté, aparecí así, de la nada, pero otra no me quedaba. Y eso es culpa tuya, si no sales nunca. ¿Te cuento a que vine?
"No. Matáte, no me importas. Contá todos los problemas que quieras. No tengo ganas de saber nada de vos. ¿Tenés cáncer? ¿En serio? ¿y te vas a morir ahora?¿Ok, a quién querés que le avise?¿Querés algo mío? ¿Mi pelo, mi ropa? Ya sé, querés sexo antes de suicidarte con la Uzzi que llevas en el bolsillo, ¿es eso? Pero, ¿te viste? Seguro que lo del novio es cuento. Digo, petisa, gordita... bonita de cara, eso sí, pero...", quería decirle pero...
-Me voy -dije.
Ella me agrraó del brazo -esa fue la primera vez que me tocó, la segunda siguiente sería en circunstancias muy distintas- y dirigió una mirada furtiva al recorrido del cable que colgaba de mi cuello como cerciorándose.
-¿Qué número de tema es?
Track 7. Todo seguía en su lugar, tan hermoso e intachable como minutos antes lo había visto. Sin embargo, algo había cambiado. Por mi mente navegó la imagen de un escenario de teatro iluminado con rojos densos. Supuse enseguida que ese velo que todo lo cubría no era más que la forma visible de mi pesimismo. Lo calamitoso hecho color. Estuve a punto de correr. Correr, quería desaparecer, desvanecerme, no ver la cara de esa chica, ninguna cara, alejarme, ir a casa, cerrar las cortinas, bloquearle la entrada al día próximo, no ver el sol, su claridad despreciable, dormir, dormir días, luego mandaría el CD a editar, el disco saldría de todas maneras, con masterización o sin ella, con retoque o así, saldría ya, estaba listo, ¡basta!, ¿con todo perdido para qué carajo seguir?, dormir, sí, dormir, soma, dormir días, fumar, Martín, el sí, esperar, trascender sin salir, ¿no es posible el éxito sin salir de casa?, no entres, no quiero a nadie, ¿dónde?, ¿dónde estoy?, matáte, sí, no me importa, correr, sí, estoy a punto de correr, de morir, de reír, de ser el solista del año, de la década, del siglo, andáte por favor, andáte a la mierda, por favor, correr, a salvo, soy vampiro, soy el más grande, soy nadie, soy el nabo más grande, un nabo con un arsenal de miedos increíble, sí, eso, pero no voy a contarte eso, ¡no!, ¿quién sos?, me voy, correr a casa, ¿qué hago acá todavía?, casa, agua caliente, bañera desbordándose, un viejo disco de pescado, y que se mueran todos, que se vayan todos, estoy a punto de morir, autógrafos de 20 a 21, perdón a punto de correr, ¿dije perdón?, perdón ¿de qué?, decrépito, mierda, correr, correr, correr. ¿Cómo voy a correr así exhausto? Acababa de notarlo. Además, ¡en mi vida había corrido más de tres cuadras seguidas! Me sentía agitado. Quería gritar. Gritarle. Gritarme. Pero sólo un suspiro en forma de "voy a casa" fluyó de mi boca.
Sin soltarme, ella acercó su cabeza a la mía y la ladeó como en los besos de telenovelas. Estaba seguro que eso quería. Una catarata instantánea de sabor desagradable se produjo en el fondo de mi garganta. Traté de dominarla y lo logré cúando ya estaba a punto de vomitar. Traté de liberarme de ella, pero fue infructuoso el intento. Que débil estoy, por favor, pensé. Forcejeé una vez más pero ella ni lo notó. Lo había hecho o solo me imaginé resistiéndome a tal bestia. Treinta y siete años y ya piltrafa. ¿Qué debía hacer? ¿Ya podía considerarme un prisionero? ¿Era cierto que una chica de un metro y medio, gordita, con carita de buena, me estaba secuestrando? Ahí me soltó dejandome con una duda más: ¿escuchaba mis pensamientos? Es la oportunidad de correr, me dije, remontar la cuesta, casa, doble vuelta de llave, respirar. Esas premisas se apresentaron visualmente en mi cabeza como una lista de acciones a seguir. Palabra a palabra, renglón a renglón. Ordenes con un tilde rojo sobre el margen izquierdo. Ordenes, sí, órdenes urgentes, casi como la burbúja de jabón que ya no existía.
La chica, ya serena, luego de haber logrado su cometido según demostraba, enderezando la cabeza, retomando la distancia original, mirándome con irreal suficiencia, emocionada aunque ya no sorprendida, me dijo: tema 8.
Track 8. Casualidad, sí casualidad. ¿Qué otra cosa? Ni ella, ni nadie, podía saber qué escuchaba, y menos qué número de tema. Lo dijo por decir y acertó. Tiene suerte la guacha, o es muy calculadora. Eso!, cálculos! Tiempos. Salí de casa hace veinte minutos. No! Más. Media hora, más o menos, me siguió, estaba ahí, en la puerta, me siguió, me espiaba en el momento en que me puse los auriculares, tomó el tiempo. Desde el principio pensaba en sorprenderme. Una treta muy creativa para empezar una conversación. Es peligrosa, me dije. Astuta e inteligente, la chilenita. Me alegré por haber descubierto su jueguito, eso hizo olvidar un poco del miedo profundo que empezaba a dominar cada músculo, cada nervio. Un miedo que ya había inyectado una sustancia elástica y pegajosa en la sangre, en las suelas de mis Nike y en cada una de mis articulaciones. ¿Estás pedido, lo sabías?
En ese instante certero, casi abeja muriéndose luego de aguijonear, supe que no tenía elección. Ya me había convertido en víctima, ese papel que tanto conocía. La araña subiría en momentos más, treparía por la tela que me apresaba y me inocularía. Luego, el final. Dulce, ajeno, oscuro.
La chica había crecido –como todas ellas, siempre- al menos unos treinta centímetros. Ya era mas alta que yo, mas fuerte, mas viva –en términos de muerte transpuestos-. Ella tenía el derecho, la decisión, la directiva correcta. ¿Qué podía hacer yo, pobre mortal, si al final, cada mujer era igual, cada hombre era igual, todos los habitantes de este vasto afuera eran iguales? Tenía razón en temerles.
A desgano pensé en mi libertad, en el divorcio, en Javier –mi hijo-, en mi capacidad artística, en mi casa, en mis discos de oro, mis canciones, mis instrumentos, todas ellas partes huecas integrantes de mi presente, y la utopía de resistirme regresó. Iba a decirle un par de cosas, que ya estaba bien, que no necesitaba de nadie, que la tormenta había pasado, que ya no volvería a caer. Iba a escupirla, a ignorarla, a lastimarla, porque en ella veía a cada uno, a cada ser, a cada habitante del día. Ella era una más de ellos, una ejemplar, la representante. Respiré, miré al amanecer que nacía y...
"Estoy muriendo de a poco / alguien mató al ángel que me guía
Pena por mis miedos / pena por mi carne.
Siento el sol que quema mis entrañas
y vos llegando de lejos /
a rescatarme."
Me dijo.
-----
Track 9. Mis ojos se llenaron de sangre, mi sangre se pobló de tachuelas y el amanecer se retrajo y se inundó de sombras, cada resquicio, cada rincón.
Traté de evaluar lo que acababa de suceder, tal cual era mi costumbre. Pensar, evaluar, someter a la lógica, reflexionar. No. No había dicho eso. No. Mis palabras no habían salido de su boca. Volví atrás. Me ví apagando la PC. Me ví retirando el CD de la grabadora. Me ví dudando por las opiniones que vendrían. Me ví feliz. Me ví poderoso con el arma que nadie conocía. Me ví fuerte, orgulloso con mi flamante obra. ¿Flamante?
El track nueve no tenía letra. Un ambient perfecto. Soberbio.
-No te asustes, nadie más lo tiene, ni lo va a tener de mis manos. Sólo yo. A mí nada se me escapa y, además, no existen barreras para lo que quiero. Lo conseguí. ¿Ahora me crees que es importante?
-No puede ser.
-¿Me llamabas? Vine.
Track 10. Si alguna vez, en mi entera vida, había estado confundido. Ahora, esos momentos me resultaban niñerías. Si cuento que en ese momento me sentía subido en la montaña rusa más alta del mundo y a punto de afrontar la primer caída, la mas estrepitosa, muchos se reirían. Pero es cierto. Así me sentía.
No había viento ahí arriba, ni ruidos. Asientos vacíos y el trepar lento, inexorable. Rayos de luna, sin cinturones, sin arneses que me sujeten, sin fuerzas, sin manos, sin ganas de vivir. Y así, subiendo y luces desparramadas allá en el piso. Y así, suspendido, en lo desolado, en el aire. Y así, perdido. Sin saber el instante preciso en que caería.
-No me equivoqué. ¿Estoy en lo cierto?
No, no se había equivocado nada. Lo sabía. Lo sabía todo. Ya no importaba nada más, ni siquiera mi miedo. Me sentí desnudo ante ella. Y lo peor era que a ella no le interesaba mi cuerpo, mi desnudez.
Quería mi sangre.
-Pero eso no está en la calle, de ¿dónde...-traté de preguntarle.
-No importa, una tiene sus recursos. Pero eso no es lo importante. Hablemos de ti. No sé lo que te pasa, pero algo hay, ¿no? Te conozco hace tanto...
Aún siendo un ínfimo susurro, ella había recitado la letra en el instante justo, cuando la música la necesitaba. Cuando el texto se apareaba con los sonidos.
-No, no me conocés hace tiempo. Me conoces hace diez minutos. Y todo acabará en otros diez. Así que, chau. Buen viaje. Ah, pero antes, decime, ¿quién te dio eso? ¿De dónde lo sacaste? ¿Entraste a mi casa? Decime.
-No perdamos tiempo, mañana sale mi avión. Ya no tengo donde quedarme. Hagamos lo que tenemos que hacer. Lo que está escrito.
-Estas enferma.
-Creo que no, pero gracias por preocuparte. Tu, sí.
-No.
-Sara.
-Eh?
-Que soy Sara. Así me llamo.
-Ok, felicitaciones.
Sara acababa de entrar en mi vida.
-Así que Sara. Bueno, un gusto. Pero démosle paso a la lógica.
-¿Tú, lógica?
-No me interrumpas. Sí, lógica, aunque no lo creas soy terriblemente lógico. Y eso tenemos que hacer ahora. Hacerle caso a la lógica. ¿Tenés hora?
-Sí, las cinco.
-¿Qué te dice la lógica? Las cinco, hoy es lunes...
-Martes.
-No me interrumpas.
-De acuerdo, gran señor.
-¡No me jodas!
-Bueno, ¿algún otro no más, gran señor?
-Mirá, es tarde, necesito terminar con algo. Eso significa que tengo que estar solo, ¿te dice algo eso?
-Sí, que me necesitas.
Track 11. Volví a ponerme los auriculares, subí el volumen al máximo. Odié al limitador de volumen, siempre me pareció que sonaba bajo, que necesitaba más intensidad. Por suerte en mi estudio no pasaba lo mismo. Igual sirvió para cambiar el clima. La miré pensado en no verla nunca más y la saludé como saludaría un capitán a sus soldados. Luego me encaminé a casa. El tema comenzaba con una intro furiosa, sonando a power trío, a adolescencia. A mi izquierda la claridad se filtraba entre las bocacalles irrumpiendo entre las sombras languidecentes. Mi capa se llenaba de humo, mi carne de fuego, la cuesta de padecimientos. Mis pulsaciones aceleraban como el tempo de la canción madurando hasta el final. Solo necesitaba llegar a casa, estaría mejor ahí. Pero claro, ¿porqué mi suerte, la de toda mi vida, iba a cambiar justo en ese instante? Los fantasmas volvieron. Me miraban reconociéndome.
-¡A ese lo conozco! –dijo el jorobado. Tenía la piel marrón con retazos verdes.
-Estás en pedo, ¿te tengo que hacer caso?
El amigo, cojeaba, pelo a mechones, cadenas, botas roídas y varias cicatrices llenas de barro y sangre seca. Ambos contrastaban con el alba como si esta los hubiera tomado desprevenidos. Vidrios rotos a sus pies los llenaban de reflejos.
-Claro, boludo. Te digo que lo conozco. Es... puta no me acuerdo el nombre. Es músico. Te juego lo que quieras. Dejáme pensar...
-No grités, boludo, vas a despertar a todos. Sabes que acá llaman a la cana por cualquier boludez. Vamos –dijo y lo tomó del brazo pero el otro se resistió.
-No, esperá, le voy a hablar. A mi hermana le gusta. Tiene fotos. Seguro que algo me dá para ella. Parece que tiene onda.
-Para mí tiene un cagazo...
Rodearía la manzana, entraría a casa por la vuelta, no me verían. Pero...
No. No sería bueno, no podía retroceder y salir corriendo. Llamaría su atención y era no último que quería hacer. Al final, seguro, corriendo, en menos de cincuenta metros sería su presa fácil. El venado. Estaba solo, ellos al frente, la loca a la espalda y para colmo con el cielo despejado como estaba el sol no tardaría en aparecer.
-Ey, amigo, vos sos el que canta, ¿no? Sos famoso. Te tengo visto.
-Dale Chape vamo’
-Tenés a todas las minas, vieja. Me contó mi hermana que está reloca por vos. Dice que sos el más lindo, el más grande. Debes tener de todo, ¿no? ¿No tenés algo acá para los amigos? ¿Nos tirás unas monedas?
-Chape...
-Esperá que el amigo nos va a dar algo. ¿Nocierto? Che, no serás puto, vos como todos esos que cantan giladas, ¿no?
El monstruo levantó su pulgar derecho pretendiendo posarlo en mi pecho. Estaba a más de dos metros y se acercaba arrastrándose.
Tenía que gritar. Tenía que...
"El mar amaneció rojo / ¿alguien pudo verlo?
Yo estaba ahí / seguro no me vieron
Yo estuve ahí / cuando solo había desierto"
Track 12. Mi espalda gritó, pero con voz de mujer.
-¿¡Qué está pasando acá!?
-¿Eh?
-¿¡Qué, qué está pasando acá!?
-No, yo no... de onda... quería algo nomás.
-Píerdete amigo, si no quieres problemas. En serio hablo.
-¿y vos quién carajo sos, loquita, saliste de alguna novela?
-Mirá, no queríamos joder a nadie, ya nos íbamos. Dale, Chape.
Ahora sí, al verse tomado del brazo Chape se dejó llevar. No sé si por la voz autoritaria de Sara, su fuerte presencia y si fue la cara de loca que portaba –yo mismo le temí-, lo cierto que los monstruos recularon y se perdieron por el camino contrario del sol. Iban envueltos en una bruma extraña azul, apurados. Sara, en cambio, radiante, sintiéndose heroína, me miró sin reproches desde el fondo de esos ojos y me dijo lo que temía escuchar: la verdad.
-¿Vió, gran señor, que vine a ayudarle?
Caminamos una cuadra en silencio.
-Igual no fue eso lo importante. Me lo agradeces, lo sé, pero tu problema no tiene relación con los robos y todo eso.
-No te vas a dar por vencida así nomás, por lo visto.
-Ya te conté por lo que pasé para llegar hasta acá, ¿que te parece? Sácate los auriculares al menos ¿Puedo pedirte eso?
-Sí, disculpa. –Me los saqué.
-Ahora, ¿hablamos? Traes algo ahí dentro que nos pueda ayudar –dijo, señalando mi espalda.
-¿Vos sos algún tipo de vidente o algo así? Si, claro que tengo algo.
Saqué la petaca. No iba a alcanzar, pero ayudaría. Me senté antes de llegar a la esquina en medio del boulevard. El pasto frío y húmedo ofició de alfombra. Ella me imitó al instante. Destapamos la pequeña botella y un aroma impropio impregnó el aire. Ni ella preguntó que había dentro ni yo lo recordaba. Su gusto me reconfortó, ella no puso ninguna cara en particular. Supuse que a mi me tocaba la responsabilidad de comenzar a hablar. Sara había hecho ya todo lo que le correspondía. El miedo no representaba ese insoportable ruido blanco en mi nuca y me pareció una buena señal. Algo auspicioso.
Entonces comencé a hablar.
"Seguíme / es el camino a casa.
Es el sendero de todo
Es donde podremos ser así"
Track 13.
Al levantarme las rodillas me crujieron y un dolor intenso en la cintura me recordó que ya no era un pibe. Ella, cambio, fue toda silencio y destreza. Dos vecinas caminaban en su ritual de gimnasia matinal. Ambas nos miraron. Me hubiera gustado escuchar us conjeturas. Reirme un poco.
-¿Qué dirán, no? -dijo Sara
-En eso pensaba...
Hicimos otras dos cuadras en silencio hasta llegar a casa. Su perfume, o mejor dicho, su natural perfume -no parecía ser más que eso- se filtraba en mí con naturalidad. Era como el correspondiente olfativo a su personalidad gracil y ligera. Toda ella despedía su agilidad en forma de mirada, de movimiento, de voz o de perfume. Y, además, estaba seguro que no lo sabía, que no pretendía sacar partido de ello.
Sara caminó mas rápido y se detuvo frente a las mismas rejas que yo había cerrado una hora y pico atrás. ¿Se podían cambiar tantas cosas en 74 minutos?
"Hipnóticos pasillos son tus venas
peldaños hacia la eterna sapiencia
te escondes tras tus ojos de inercia
y sos como quiero ser"
*
-Sí, voy a pasar. Pero primero voy a llamar a casa -me dijo.
De fondo, en casa, sonaba el Track 14.