Uniforme
Es logicamente imposible. Sin embargo tanto se parece, tanto se esfuerzan esos ojos por ser sus ojos que al final, en ese increible lugar donde la implacable certeza no llega, en ese rincón donde todo tiene su oportunidad, ella termina siendo ella. Es imposible entonces que no sea. Definitivamente ella es ella.
Por un momento dudó y quizás si continúa pensando tan racionamente volverá a hacerlo y hasta es probable que deje de mirarla como lo está haciendo y se dé media vuelta y se pierda entre la gente - los demás - sumido en un incendio de verguenza, pero a la vez esa incognita, ese regreso del pasado sacudiendole las persianas del hastío hará mella en su tarde, en el resto de esa tarde libre, alfin libre.
No es tiempo para dudas, pez que duda se lo lleva la corriente, él crée recordar el dicho de esa manera. No importa, la idea es esa, se dice y vuelve a mirarla mientras en el resto del mundo las cosas continúan sucediendo: como por ejemplo que aún no ha cortado el semaforo, sigue verde para los autos, taxis y colectivos que aplastarían al osado que se les atreviera. Y eso es bueno - lo del semáforo - porque ella seguirá inmovil ahí, frente a él por unos seguntos más. Se levantarían apuestas si alguien los estuviera observando. Esa cara absorta, los ojos desmesurados, el rictus clásico de la sorpresa. Apostarían: le hablaría o no? se animará? Eso parece evaluar mientras la mira para que no desaparezca. Sin embargo ahora piensa en él, no en ella. Se animará a preguntarle? En un momento es un león con la mira puesta en la presa y al segundo un témpano o un marmol. Igual de disimulado también. Lo que la duda puede hacernos...
El semáforo corta, de ambos lados de la avenida manchas de gente se derraman sobre el asfalto deglutiendo los rectangulos blancos de la senda peatonal con apuro, como si estuvieran por acabarse. Parece una carrera para ver quién llega primero a la mitad de la calle, el punto equidistante de ambas orillas ahora deformes de urgencia. Autos obedientes esperan dominando su impaciencia. Ella no se fué, ahí sigue. Vigila. Mira con cuidado, libreta en mano, el orden, reglas. Él tampoco ha avanzado, repetirá: seguro es ella, ella y su dulzura, ella a pesar de su cara endurecida, ella y su fragilidad a pesar de como se hace ver, ella y esa cuerpo que tembló entre sus sábanas y ahora viste uniforme. Tratará también de olerla, de rozarla en un descuido -quizas su piel recuerde mejor-, de escuchar su voz, la voz que quedó grabada en él a pesar de los años -la voz es impermeable al olvido?-. Entonces sí estará seguro, entonces sí será ella porque así es él, hasta que no logre la coincidencia perfecta de las arista de aquella casi adolescente niña de ojos de sueño con esta mujer de mentiroso atuendo no pondrá las manos en el fuego por su memoria. y se preguntará: se irá diluyendo esa pasta gris para darle paso a la certeza, al marco indeleble de esta nueva ella y será al fín una verdad a secas, una verdad inesperada e ilógica pero una verdad que le quitó hastío a esos dias que sólo traían sucesos controlados, torpes?
Ríe ahora mirandola, ríe porque sabe que ella no lo verá reir, ríe parapetado. Ahora los separa el puesto de flores, baldes de rosas y fresias sin armar; ahora están más lejos y sin querer más cerca. Ella sentirá un bienestar indescifrable como si estuviera abriendo una carta con buenas noticias aunque varios años después, y en esa sensación se colará también el alivioy hasta la felicidad porque se ha hecho más grande, adulta, mujer, mujer que se ha superado y que tiene en ese bienestar el premio, al menos a flor de piel; y mira el puesto de flores que no había visto y ve colores, y olores, y todo ese extraño -y hermoso- fenómeno que la arrastra, la embarca en un paseo a su pasado, cosas viejas, dias especiales, como un aniversario, como una fecha propicia para un balance. No logra explicarse porqué de golpe está pensando en él. No se explica pero está bien. Y eso también le gusta -valor agregado a su bienestar-, ella tan lógica, tan estricta pensando en esa vieja locura, o no fué él una locura adolescente plagada de buenos momentos. Quizás así sean las cosas que no se planean pretenciosas.
Algo le pregunta la florista y él se sonroja mirandola de reojo, no a ella, la florista, a la chica de más allá. La florista que es jocosa y que ha quedado -y lo sabe- en medio de la linea de fuego vibra como si su cuerpo estuviera ocultando algo brillante que pugna por salir y no tiene ningún animo de ocultarlo. Habla fuerte, gesticula, busca cómplices y los halla: la conocen. Ay, Mirta, ustéd siempre igual, le dice un hombre de paso. Dos más se rien de las ocurrencias de la gorda. Hay algo. Mirta cuando vende, vende más que flores. El valor agregado que le dicen. El mismo valor agregado que el de la agente, que el de él, que el de todos. Flores simples se venden en cada esquina.
Él se vuelve sobre sus pasos acercandose a la agente, contento como con cientos de regalos para darle. La agente ríe, todavía sin verlo. Ha bajado la guardia y espera gustosa por la sorpresa que desde la mañana la venía amenazando.
Por un momento dudó y quizás si continúa pensando tan racionamente volverá a hacerlo y hasta es probable que deje de mirarla como lo está haciendo y se dé media vuelta y se pierda entre la gente - los demás - sumido en un incendio de verguenza, pero a la vez esa incognita, ese regreso del pasado sacudiendole las persianas del hastío hará mella en su tarde, en el resto de esa tarde libre, alfin libre.
No es tiempo para dudas, pez que duda se lo lleva la corriente, él crée recordar el dicho de esa manera. No importa, la idea es esa, se dice y vuelve a mirarla mientras en el resto del mundo las cosas continúan sucediendo: como por ejemplo que aún no ha cortado el semaforo, sigue verde para los autos, taxis y colectivos que aplastarían al osado que se les atreviera. Y eso es bueno - lo del semáforo - porque ella seguirá inmovil ahí, frente a él por unos seguntos más. Se levantarían apuestas si alguien los estuviera observando. Esa cara absorta, los ojos desmesurados, el rictus clásico de la sorpresa. Apostarían: le hablaría o no? se animará? Eso parece evaluar mientras la mira para que no desaparezca. Sin embargo ahora piensa en él, no en ella. Se animará a preguntarle? En un momento es un león con la mira puesta en la presa y al segundo un témpano o un marmol. Igual de disimulado también. Lo que la duda puede hacernos...
El semáforo corta, de ambos lados de la avenida manchas de gente se derraman sobre el asfalto deglutiendo los rectangulos blancos de la senda peatonal con apuro, como si estuvieran por acabarse. Parece una carrera para ver quién llega primero a la mitad de la calle, el punto equidistante de ambas orillas ahora deformes de urgencia. Autos obedientes esperan dominando su impaciencia. Ella no se fué, ahí sigue. Vigila. Mira con cuidado, libreta en mano, el orden, reglas. Él tampoco ha avanzado, repetirá: seguro es ella, ella y su dulzura, ella a pesar de su cara endurecida, ella y su fragilidad a pesar de como se hace ver, ella y esa cuerpo que tembló entre sus sábanas y ahora viste uniforme. Tratará también de olerla, de rozarla en un descuido -quizas su piel recuerde mejor-, de escuchar su voz, la voz que quedó grabada en él a pesar de los años -la voz es impermeable al olvido?-. Entonces sí estará seguro, entonces sí será ella porque así es él, hasta que no logre la coincidencia perfecta de las arista de aquella casi adolescente niña de ojos de sueño con esta mujer de mentiroso atuendo no pondrá las manos en el fuego por su memoria. y se preguntará: se irá diluyendo esa pasta gris para darle paso a la certeza, al marco indeleble de esta nueva ella y será al fín una verdad a secas, una verdad inesperada e ilógica pero una verdad que le quitó hastío a esos dias que sólo traían sucesos controlados, torpes?
Ríe ahora mirandola, ríe porque sabe que ella no lo verá reir, ríe parapetado. Ahora los separa el puesto de flores, baldes de rosas y fresias sin armar; ahora están más lejos y sin querer más cerca. Ella sentirá un bienestar indescifrable como si estuviera abriendo una carta con buenas noticias aunque varios años después, y en esa sensación se colará también el alivioy hasta la felicidad porque se ha hecho más grande, adulta, mujer, mujer que se ha superado y que tiene en ese bienestar el premio, al menos a flor de piel; y mira el puesto de flores que no había visto y ve colores, y olores, y todo ese extraño -y hermoso- fenómeno que la arrastra, la embarca en un paseo a su pasado, cosas viejas, dias especiales, como un aniversario, como una fecha propicia para un balance. No logra explicarse porqué de golpe está pensando en él. No se explica pero está bien. Y eso también le gusta -valor agregado a su bienestar-, ella tan lógica, tan estricta pensando en esa vieja locura, o no fué él una locura adolescente plagada de buenos momentos. Quizás así sean las cosas que no se planean pretenciosas.
Algo le pregunta la florista y él se sonroja mirandola de reojo, no a ella, la florista, a la chica de más allá. La florista que es jocosa y que ha quedado -y lo sabe- en medio de la linea de fuego vibra como si su cuerpo estuviera ocultando algo brillante que pugna por salir y no tiene ningún animo de ocultarlo. Habla fuerte, gesticula, busca cómplices y los halla: la conocen. Ay, Mirta, ustéd siempre igual, le dice un hombre de paso. Dos más se rien de las ocurrencias de la gorda. Hay algo. Mirta cuando vende, vende más que flores. El valor agregado que le dicen. El mismo valor agregado que el de la agente, que el de él, que el de todos. Flores simples se venden en cada esquina.
Él se vuelve sobre sus pasos acercandose a la agente, contento como con cientos de regalos para darle. La agente ríe, todavía sin verlo. Ha bajado la guardia y espera gustosa por la sorpresa que desde la mañana la venía amenazando.